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Nieve y amor a finales de diciembre

lunes, 2 de abril de 2012



Como cada noche, después de cenar, me dirigí a la ventana de mi habitación y me senté a esperar. Igual de puntual que cada noche, la luz de su ventana se encendió, las cortinas se descorrieron y ella se sentó en el repecho del interior de su cuarto.

Se apartó la pelirroja cabellera del rostro, dejando al descubierto sus facciones y sus ojos azules. Alargó la mano en dirección al suelo y cogió un pequeño cuaderno de color rojo cereza en el que comenzó a escribir. No levantó la vista ni un instante. Unas arrugas en su tersa y pálida piel denotaban la concentración con la que escribía cada página, cada párrafo, cada línea, cada palabra, cada letra. Sonreí en la soledad de mi habitación tratando de imaginar que narraría en esa pequeña libreta.

Permanecí observándola todo el tiempo, hasta que, a la misma hora de todas las noches, se levantó, corrió las cortinas y, al par de minutos, la luz se apagó por completo.


***

Una nevada mañana de finales de diciembre mientras caminaba por la solitaria calle, una melodiosa voz me detuvo:
-¡Hola!-me detuve y me giré, creyendo reconocer esa voz.
``No, no puede ser ella´´, pensé en esos instantes.
Sí, era ella. La melena le caía sobre los hombros. Llevaba un gorro de lana de color blanco con dibujos en azul, una bufanda, también azul, anudada alrededor del cuello, un grueso chaquetón blanco con la capucha y los puños ribeteados de pelo marrón, unos pantalones negros y ajustados, unas altas botas con pelo y unos guantes blancos.
Se frotaba las manos con insistencia y su aliento exhalaba vaho. La observé.
-Hola, Laura-dije apartando la mirada.
-¿Caminamos? ¡Hace un frío!
-Está bien.
¿Porqué Lau hablaba conmigo? Estaba confuso. Caminábamos al mismo compás.
-¿A dónde vas?
-Pues…-¿a dónde iba? En el momento en que la vi, me olvidé de cómo me llamaba. ¿Cuál era mi nombre? ¡Ah, sí! Javier Rodríguez. Noté que seguía esperando a que respondiera-Al centro comercial.
-¡Qué casualidad, yo también!-me sonrió.
Deseé que el trayecto fuera eterno.
-¿Últimas compras para Navidad?-adiviné.
-Sí, imagino que tú también-dijo volviendo a dedicarme una de esas únicas sonrisas.
Nuestras pisadas elevaban crujidos en la nieve.
-Imaginas bien-reí.
Rió. Más que risa era una melodía, el ruido que debían emitir los ángeles.
Comenzamos a conversar de para quién y qué serían los regalos.
-Nos podemos ayudar mutuamente y así terminamos antes-ofreció.
Acepté encantado. Cualquier cosa por pasar un rato a su lado.
El centró comercial se irguió ante nosotros. Entramos y comenzamos a deambular por las tiendas, buscando los regalos adecuados y ajustados al presupuesto. Sus ideas me ayudaron mucho a la hora de encontrar lo ideal para cada familiar. Antes del mediodía abandonamos el edificio, cargados de bolsas.
-¡Al fin terminamos!-suspiró-Diez minutos más allí dentro y me habría dado un ataque de claustrofobia-se quejó.
Reí y la observé colocarse la bufanda y el gorro que había guardado por el calor que hacía en el interior del centro comercial.
-Allí dentro hacía un calor insoportable, parecía el mismo infierno.
-Se agradecía-replicó.
Me encogí de hombros a la vez que meneaba la cabeza, dudoso.
-¿Pasamos  por el parque?-me preguntó.
Se refería al parque al que siempre acudíamos de pequeños.
-Como quieras-no quería parecer desesperado por su compañía.
Torcimos a la izquierda de la panadería y nos adentramos en el parque. La hierba estaba cubierta de nieve, al igual que las copas de los árboles.
Nos dirigimos al ``invernadero´´, por llamarlo de algún modo. Era un recinto con bancos y el techo de cristal. Laura tomó asiento, al imité.
-Me encanta este lugar-susurró aunque el sitio estaba completamente vacío.
-Lo sé-contesté en el mismo tono, tratando de no romper la magia del lugar.
La observé, miraba al cielo del que los copos  de nieve volaban hacia el suelo e impactaban contra el cristal.
-¿Lo sabes?-preguntó con  sorpresa.
-Sí, desde que eras pequeña te gustaba. Cuando solo éramos unos críos, venías aquí con tu inseparable cuaderno, y te sentabas en este mismo banco hasta que anochecía-le expliqué.
-Javi, el súper agente secreto-bromeó para ocultar la sorpresa que se adivinaba en sus ojos azules. Permanecimos en silencio hasta que ella volvió a hablar-¿Qué más cosas sabes sobre mí, Javi?-me miró inquisitivamente.
-Tú  canción favorita es Siempre de Mägo de Oz. Tu libro favorito es Marina de Carlos Ruíz Zafón. T color favorito es el azul-contesté.
-No, Javi, ¿sabes más cosas como lo de antes?-la miré, esperando a que se explicara-Cosas que solo sabría alguien que me conociera de verdad.
Titubeé. ¿Se lo decía? ¡Se lo decía!
-Sé que desde hace años, te sientas en el repecho de la ventana a escribir-me miró, pasmada. Hala, ya pensaba que se me iba la olla y era un psicópata.
-No digas nada más-dijo advirtiendo que volvería a abrir la boca y meter la pata.
Intenté rebobinar pero esa función no estaba disponible en aquel juego, él más difícil, la vida.
-¿Quieres saber que sé yo de ti?-preguntó, contestó sin esperar  respuesta-Todas las noches en  que la lluvia cae fuertemente, sales a pasear hasta este lugar.
La miré, estupefacto. ¿Cómo  sabía ella…?
-Lo sé porque te quiero-murmró, contestando a la pregunta que todavía no aflorara a mis labios.
-Laura, te debes de estar equivocando-musité, negándome a creer sus palabras.
-No, no me equivoco-se inclinó con calma y sus labios rozaron los míos, apenas un segundo-Antes tenía dudas pero ahora no.
Sonrió.




























PD:Espero que os haya gustado y dejéis vuestra opinión.

Buscando una luz

domingo, 18 de marzo de 2012



 A su mente no paraba de acudir la letra de una canción de su grupo favorito, WarCry.


 No sé si vivo o quizás muerto. Perdido en el camino hacia el más allá.


 Xabier se sentía roto desde la muerte de su hermano Roberto. ¿Habría encontrado Roberto una luz? Él no creía en la religión, era una persona especial. Xabier lo admiraba, su hermano mayor era su ejemplo a seguir. Aunque a veces discutieran por tonterías, siempre se querrían. Era lo bueno de los hermanos, por mucho que discutieran, siempre arreglaban sus problemas.


 Caminaba arrastrando los pies, sin ánimo. Había salido por que no aguantaba más el ambiente opresivo y lleno de recuerdos felices y que nunca volverían que se había instalado tras la muerte de su hermano. Necesitaba salir de esas cuatro paredes que no hacían más que recordarle el enorme hueco que había dejado su hermano tras su muerte. Se pasó la mano por el pelo, rizado y marrón, igual que el de su hermano.


 Luchando por sobrevivir, soñando con salir de aquí, buscando una luz.


 Era un día muy bonito. El sol brillaba en lo alto, iluminando la vida de muchos. En cambio, la vida de Xabier permanecía en penumbra. Un grupo de chicos de su edad pasaron por su lado, él no los vio y tropezó. Continuó sin disculparse.
 -¡Eh! ¡Mira por donde vas, imbécil!-le gritó uno.
 -¡Anormal!-insultó otro.
 Xabier no se inmutó. Se paró delante de un escaparate. Había unas muñequeras de heavy, como las que acostumbraba a usar Roberto. Xabier también tenía una. Se la regalara su hermano cuando él apenas tenía diez años. La comprara en esa misma tienda. Algunas veces, iban juntos a aquella tienda, y entraban a hablar con la amable dependienta y compraban algo. Luego, él siempre bromeaba con su hermano diciendo que le gustaba la joven.


 A través del cristal, vio su reflejo. Unas grandes ojeras, el pelo despeinado, la tez pálida y mortecina de un cadáver, como si hubiera muerto junto con su hermano…


 La dependienta, de pelo negro, largo y liso, ojos oscuros y con una gran cantidad de rímel, lo saludó con la mano y le invitó a entrar con un gesto. Mostraba una sonrisa y atisbaba en busca de Roberto. Xabier estaba seguro de que eran algo más que amigos. La chica se acercó a la puerta y Xabier se marchó rápidamente. No se sentía con fuerzas de hablar con nadie sobre ese tema tan doloroso. Al girar la esquina, se detuvo. Cerró los ojos y contuvo las ganas de llorar. Respiró hondo pero la opresión que sentía en el pecho no desapareció. Se estremeció y trató de imaginar si Roberto habría sentido algo.


 Estoy sentado en un lugar del cementerio. Veo como me acompañáis en mi entierro. Intento gritar pero ya sé que no puedo despertar, huir de este lugar sin Dios.


 ¿Habría sentido dolor? ¿Se habría enterado del momento de su muerte, en el que su corazón dejó de latir? ¿Estaría presente en su entierro, lleno de lágrimas y dolor? Xabier se sentía confuso. Si pudiera hablar una vez más con su hermano… Le diría tantas cosas.


 Esta vez, la canción en la que pensó fue del grupo favorito de Roberto, Mägo de oz.


 Hay tantas cosas que nunca te dije en vida.


 Si pudiera mandar una señal… Suspiró. ¿Realmente había algo más allá de la vida? ¿O era un oscuro vacío? O, simplemente, nada.


 Miró la hora. Volvería a casa. Encaminó sus pasos hacía allí. En el portal, se cruzó con la señora García, una anciana que vivía en primer piso.
 -¡Hola, Xabier! ¿Qué tal vas?-dijo con una mirada de compasión.
 Él se encogió de hombros por toda respuesta. Subió las escaleras y abrió la puerta con la llave. No se molestó en saludar. Se dirigió a su habitación. Se tiró encima de la cama y se quitó los botines, cerró los ojos.


 Sé que la culpa os acosa y os susurra al oído:``pude hacer más´´ No hay nada que reprochar.


 Claro que pudo hacer más. Tal vez si hubiera estado con su hermano en el momento que lo atracaron… O habrían muerto los dos.


 Puso un CD en el reproductor. Gaia II. La primera canción que sonó fue Desde mi cielo, la más adecuada. El disco emitió unos extraños ruidos, y saltó un trozo de la canción. Se escuchó:


Me gustaría volver a verte sonreír.


Xabier abrió los ojos que había cerrado nada más introducir el disco. Pero la música siguió sonando.


Y ahora que ya no estoy junto a ti, te cuidaré desde aquí.
Vivo cada vez que habláis de mí y muero otra vez si lloráis. He aprendido al fin a disfrutar y soy feliz.
Desde mi cielo os arroparé en la noche y os acunaré en los sueños, y espantaré todos los miedos.
Nunca me olvides me tengo que marchar.


 Xabier se quedó de piedra. La letra había saltado y tenía sentido. Parecía un mensaje. No podía ser. ¿O si?
 -¿Eres tú Roberto?-preguntó en voz baja.
 El reproductor se apagó y volvió a encender. Era su hermano, estaba seguro.
 -Lo siento-murmuró llorando.
 El título de la canción parpadeó. Entendió lo que significaba.  Había entendido el mensaje. Pero era difícil.
 -Te echo de menos.
 El reproductor parpadeó.


 Me tengo que marchar.


 Sonó por última vez. Abrió la tapa y el disco comenzó a girar como un loco. Xabier se dispuso a retirarlo y colocó Gaia III en su interior.


Deja de llorar por lo que un día perdiste. Deja ya de esperar que el tiempo de calme la ausencia que deja un adiós.
Deja de llorar, tus lágrimas te van a ahogar.
Deja ya de esperar y achica tus penas con risas.


 Se apagó definitivamente.
-¡No! Por favor, no-sollozó. Intentó encenderlo pero no funcionaba.
Estuvo así un rato hasta que comprendió que Roberto no iba a volver. Se levantó, dispuesto a cumplir el deseo de su hermano. Aunque le costase y nunca lo superara del todo, sería feliz.




La canción que da título a este relato:


PD:Las demás que aparecen son En un lugar sin Dios (WarCry), Desde mi cielo (Mägo de Oz) y Deja de llorar (Mägo de Oz). Espero que os haya gustado.

No siento lo mismo

lunes, 27 de febrero de 2012

¡Hola! Al final he encontrado unos momentos para subir este pequeño relato que habla del amor y del rechazo. No voy a hacer presentación ni nada, sólo espero que os guste y comentéis.








-No siento lo mismo.
Sus palabras le dolieron profundamente, pese a que ya conocía la verdad. Todo se había roto en apenas unos momentos, aquellos en los que ella se había atrevido a confesar lo que sentía. Sus sentimientos le pesaban y agobiaban y lo había dicho todo. A él, a su amigo, a la persona que quería. Él la había rechazado y se había alejado lentamente tras decir esas palabras que lo cambiaran todo. Aunque, al fin y al cabo, no eran más que palabras. Pero esas palabras expresaban sentimientos, emociones, ilusiones…
Habían roto sus ilusiones y la dejaran turbada, perdida, desorientada y terriblemente sola. No sabía con quien hablar, a quien confesar esos sentimientos que tanto tiempo llevaba ocultando en el fondo de su corazón. Esos sentimientos, tras ser confesados, se había convertido en soledad y dolor.
Se quedó parada unos instantes, dudando. No podía seguirle, él había dejado más que claro lo que sentía. Y ella no lo molestaría más. Su relación había terminado, como amigos y como todo lo que pudiera llegar a continuación. Se estremeció. Pensó que era el viento que azotaba su cabello, convirtiéndolo en una maraña oscura que revoloteaba a su alrededor, cubriéndole el rostro, pero, en verdad, era el frío que se había instalado en su corazón al ver que lo había perdido para siempre.
Cerró los ojos y caminó de vuelta a su casa. Sacó las llaves del bolsillo y abrió la puerta. Estaba sola. Eso la alivió, en parte. Necesitaba pensar, descansar, adecuarse a las condiciones. 
Todo había cambiado de la noche a la mañana. Porque es así como suceden los cambios más grandes y espantosos aunque también los más bonitos, de la mañana a la noche. Respiró hondo y se sintió aún peor. Entró en su habitación y cerró la puerta con delicadeza. Normalmente, su grupo favorito aliviaba sus penas pero es esos momentos se creía incapaz de soportar una sola canción de ellos. Era una de las cosas que compartían, grupo favorito. Y no tenía ganas de escuchar otra cosa. Así, que escuchó el silencio, largo rato, tratando de mantener la mente en blanco. Pensar en nada e intentar calmarse. No se creía todavía que se hubiera atrevido. La presión había podido sobre ella y se había visto obligada a confesarlo aunque ya sabía que la respuesta sería una negativa.
Sí, era soñadora, romántica y no creía en lo imposible. Pero los sentimientos no se pueden cambiar. Y ella conocía los de él. Pese a todo, en su corazón todavía había una esperanza, un pequeño sentimiento, una pequeña ilusión, una pequeña y débil llama de una cerilla en la oscuridad, amenazando constantemente con ser apagada. 
Cerró los ojos y trató de desconectar, arrullada por los sueños que todavía conservaba intactos.
La llama se había apagado completamente.

Los ángeles salvadores

viernes, 17 de febrero de 2012

 ¡Hola! Sé que esta es mi primera entrada en este blog y ¿qué mejor para inaugurarlo que un relato? Este relato lo presenté a un concurso y obtuve el segundo premio, espero que os guste y no olvidéis dejar vuestra opinión. Sin más, os dejo con el relato.


Éramos una pandilla grande. Veinte, tal vez treinta amigos que salíamos juntos cada fin de semana. Hubo un fin de semana que lo cambió todo. Era sábado. Por la tarde. La noche se abría paso velozmente desterrando al sol y coronando a la luna como Diosa. Habíamos quedado en ir de fiesta pero, al final, la mayoría no pudieran bajar por los exámenes finales. De modo que decidimos ir a pasear y cenar, solamente.

Nos acercamos a un parque y nos sentamos en un banco. Los chicos a un lado, las chicas al otro. Excepto una pareja. Sondra Miller y Enrique Santiago, Quique. Últimamente estaban muy acaramelados. Se sentaron en un banco, protegidos por las sombras de un arce centenario que extendía sus ramas hacia el sol poniente. El pelo negro de ella le cubría la cara, impidiendo ver la expresión de su rostro. Él comenzó a inclinarse hacia ella, con lentitud pero sin detenerse. Ella acercó su rostro al de Quique y, agarrando su pelo para atraerlo hacia ella, lo besó con fiereza. Todos los demás los miraban, anonadados. Los chicos comenzaron a palmear y silbar ante el fiero aspecto de Sondra al besar a Quique. Ella no se detuvo y continuó sin prestar la menor atención. Sara, una chica de pelo rubio y ojos grises se acercó al banco. Tiró brutalmente de Sondra para separarla de Quique y le increpó:
-¿Cómo has sido capaz? ¡Sabías que a mí me gustaba!-gritó con la cara encendida por la furia.
-¡Si tú no hacías nada! Besa muy bien, ¿sabes? ¡Ah, no! No fuiste lo suficientemente valiente para hacer esto-volvió a besar a Quique consiguiendo que Sara se echara a llorar desconsoladamente.
Algunas chicas corrieron a socorrerla.
-No le hagas caso…
-Lo que ha hecho está muy mal.
-¡Es una amiga horrible!-afirmaban todas.

Los chicos continuamos en nuestro banco, sin movernos. David comentó:
-Esto empieza a parecer un culebrón.
Todos asentimos en silencio.

Quique y Sondra continuaron bajo el árbol, ignorando los lloros de Sara que inundaron el parque. Verónica se levantó del banco.
-Avisad a esos que nosotras nos queremos ir-señaló a las demás que asintieron con fervor.
Verónica era la ``líder´´ por llamarla de algún modo. Era alta, de pelo y ojos negros con un filo hiriente, que se afilaba como un cuchillo si no cumplías sus deseos al pie de la letra.

Adrián se acercó a avisar a los enamorados de debajo del arce. Se levantaron y nos siguieron. Vero encabezó el camino hacia el Burger King. Sondra y Quique no dejaron de besarse, cada, exactamente, tres segundos. Los demás bromeábamos y reíamos haciendo caso omiso a las miradas de odio que dirigían Sara y sus aliadas a la pareja de  el año, del siglo tal vez.

En el Burger King la pareja se sentó junta. En la zona oscura de la esquina mientras los demás hacíamos el idiota con el Ketchup y nos lanzábamos patatas fritas en una guerra de comida improvisada en la que todos salíamos perjudicados. Ahí no había neutrales. O atacabas o te atacaban. Salimos del local y caminamos por las abarrotadas calles de gente, habituales en un sábado noche. Jorge se acercó a Lucía y le susurró algo. Ella asintió y empezó a frenar su andar para quedar al fondo con él. Nueva pareja. Nadie nos la imaginábamos pero no era tan sorprendente como la de Quique y Sondra que seguían besándose, esta vez, cada dos segundos. Sofía y Sara confabulaban en su contra, supongo que buscando la forma más rápida de asesinar a Sondra cuando Quique apartara la vista.

Pablo se acercó a Sara. Estaba enamorado de ella desde que ambos teníamos uso de razón.
-¿Porqué no te vienes conmigo a tomar algo? Que los demás no vengan no significa que no podamos pasarlo bien.

Sara dudó pero acabó por alejarse detrás de Pablo. El grupo se fue dividiendo poco a poco. Sondra y Quique se marcharon sin decir nada, desaparecieron tragados por las sombras. Unos cuantos se fueron a una discoteca cercana. Al final solo quedamos cuatro personas, las que mantendríamos al grupo unido durante dos años más cuando, finalmente, cada uno se buscó nuevas amistades, más acordes con sus gustos y aficiones. Daniel, Noemí , Carlos y yo, Marcos. Noemí dijo que debía irse a casa. Decidimos acompañarla. En el portal Noemí nos hizo una confesión inesperada.

-Debéis arreglar el batiburrillo que se ha formado. Quique tiene novia en el pueblo donde viven sus abuelos. Conseguid que deje a Sondra y todo se arreglará-sin darnos tiempo a nada más subió a su casa.

Nos miramos y decidimos hacerle caso, Noemí solía tener razón. Y así, sintiéndonos ángeles salvadores del mundo, tergiversamos, mentimos y criticamos hasta conseguir que las cosas volvieran al cauce que nunca debieran abandonar. Y así, el grupo nos proporcionó dos años más de risas y diversiones.

Ni que decir tiene, que las parejas que ese día se formaron duraron menos que un telediario.